Para resolver problemas no existen
fórmulas mágicas; no hay un conjunto de procedimientos o métodos que
aplicándolos lleven necesariamente a la resolución del problema (aún en el caso
de que tenga solución). Pero de ahí no hay que sacar en consecuencia una
apreciación ampliamente difundida en la sociedad: la única manera de resolver
un problema sea por "ideas luminosas", que se tienen o no se tienen.
Es ya clásica, y bien conocida, la formulación que hizo Polya
(1945) de las cuatro etapas esenciales para la resolución de un problema, que
constituyen el punto de arranque de todos los estudios posteriores:
- Comprender el problema: Parece, a veces, innecesaria, sobre todo en contextos escolares; pero es de una importancia capital, sobre todo cuando los problemas a resolver no son de formulación estrictamente matemática. Es más, es la tarea más difícil, por ejemplo, cuando se ha de hacer un tratamiento informático: entender cuál es el problema que tenemos que abordar, dados los diferentes lenguajes que hablan el demandante y el informático.
- Trazar un plan para resolverlo: hay que plantearla de una manera flexible y recursiva, alejada del mecanicismo.
- poner en práctica el plan: También hay que plantearla de una manera flexible y recursiva, alejada del mecanicismo. Y tener en cuenta que el pensamiento no es lineal, que hay saltos continuos entre el diseño del plan y su puesta en práctica.
- Comprobar los resultados: Es la más importante en la vida diaria, porque supone la confrontación con contexto del resultado obtenido por el modelo del problema que hemos realizado, y su contraste con la realidad que queríamos resolver.
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